El Señor mismo es quien nos abre el entendimiento
para comprender las Escrituras
y el plan de Dios para nosotros,
como a los apóstoles después de la Resurrección.
La liturgia de este II domingo de Pascua nos invita a encontrar en la misericordia divina el manantial de la auténtica paz que nos ofrece Cristo Resucitado.
Decía san Juan Pablo II que las llagas del Señor resucitado y glorioso constituyen el signo permanente del amor misericordioso de Dios a la humanidad. De ellas se irradia una luz espiritual, que ilumina las conciencias e infunde en los corazones consuelo y esperanza.